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4. Shakespeare segons Harold Bloom

 

 

El nord-americà Harold Bloom és un dels crítics literaris més importants i reconeguts de l'actualitat. En els darrers anys, el seu treball s'ha centrat en l'estudi del canon literari, al centre del qual situa Shakespeare. Una de les seves obres és Shakespare: The Invention of the Human (1998), estudi exhaustiu del conjunt d'obres teatrals de l'autor de Romeo i Julieta, centrant-se especialment en l'anàlisi de les individualitats creades per aquest. A continuació, podeu llegir alguns fragments destacats de l'obra, en la seva traducció al castellà (de Tomás Segovia) que l'editorial Anagrama va publicar el 2002.

"(...) Shakespeare nos ha enseñado a entender la naturaleza humana. (...) Lo que inventa Shakespeare son maneras de representar los cambios humanos, alteraciones causadas no sólo por defectos y decaimientos, sino efectuadas también por la voluntad, y por las vulnerabilidades temporales de la voluntad." (p. 24)

Aquest aspecte, segons Bloom i altres crítics com A. D. Nuttall,  suposaria que Shakespeare va impugnar de forma implícita la concepció trascendentalista de la realitat, i va apropar-se a la manera moderna de concebre aquesta, des de la consciència de la mutabilitat.

 

"Más aún que todos los demás prodigios shakespeareanos -Rosalinda, Shylock, Yago, Lear, Macbeth, Cleopatra-, Falstaff y Hamlet son la invención de lo humano, la inauguración de la personalidad tal como hemos llegado a reconocerla. La idea del carácter occidental, del ser interior como agente moral, tiene muchas fuentes: Homero y Platón, Aristóteles y Sófocles, la Biblia y San Agustín, Dante y Kant, y todo lo que quieran añadir. La personalidad, en nuestro sentido, es una invención shakespeareana, y no es sólo la más grande originalidad de Shakespeare, sino también la auténtica causa de su perpetua presencia." (p. 26)

 

"La personalidad se vuelve el corazón de la luz y de la sombra de una manera más radical de lo que la literatura podía lograr antes." (p. 28)

 

"Los ideales, tanto sociales como individuales, eran tal vez más prevalentes en el mundo de Shakespeare que lo que son al parecer en el nuestro. Leeds Barroll señala que los ideales del Renacimiento, ya sean cristianos, filosóficos u ocultos, tendían a subrayar nuestra necesidad de adherir a algo personal que sin embargo era más grande que nosotros. Dios o un espíritu. De ello se seguía cierta tensión o angustia, y Shakespeare se convirtió en el más alto maestro en la explotación de ese vacío entre las personas y el ideal personal. ¿Se deduce de esta explicación su invención de lo que reconocemos como "personalidad"?" (p.29)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobre Hamlet (1600-1601):

 

"Aunque Shakespeare compuso dieciséis obras después de Hamlet, que sitúan esa obra justo después del punto medio de su carrera, hay una clara sensación de que ese drama fue inmediatamente su alfa y su omega. Todo Shakespeare está en él: historia, comedia, sátira, tragedia, leyenda (...) semejante drama poético no tenía que adherirse al sentido neoclásico de Ben Jonson de las unidades de tiempo y espacio, y Hamlet irónicamente destruye toda idea coherente de tiempo más drásticamente aún que la destruirá Otelo. (...) el Hamlet triunfal es el drama cosmológico del destino del hombre, y su impulso esencial está sólo enmascarado como venganza. Podemos olvidar la indecisión de Hamlet y su deber de matar al tío-rey usurpador. Hamlet mismo tarda bastante en olvidar todo eso, pero para el comienzo del acto V ya no necesita recordar: el Espectro se ha ido, la imagen mental del padre no tiene ningún poder, y acabamos por ver que la vacilación y la conciencia son sinónimos en este vasto drama. Podemos hablar de las vacilaciones de la conciencia misma, pues Hamlet inaugura el drama de la elevada identidad (...)" (p. 480)

 

"'Duelo vacilante' es casi un oxímoron; no obstante, la quintaesencia de Hamlet no ha de estar nunca enteramente consagrada a ninguna postura o actitud, a ninguna misión, o de hecho a nada en absoluto. Su lenguaje revela enteramente esto; ningún otro personaje en toda la literatura cambia su decorum verbal tan rápidamente. No tiene centro: Otelo tiene su ocupación en la guerra honorable, Lear tiene la majestad de ser rey en cada pulgada de su ser, Macbeth una imaginación proléptica que salta por delante de su propia ambición: Hamlet es demasiado inteligente para identificarse con ningún papel, y la inteligencia en sí misma está descentrada cuando se alía con el desinterés último del príncipe. Categorizar a Hamlet es prácticamente imposible (...)" (p. 481)

 

"El término que usa Shakespeare para lo que en inglés moderno se llama self (uno mismo, la propia persona) es selfsame, algo así como el ser propio mismo, la identidad de uno mismo, y Hamlet, fuera como fuera su primera versión, es a fondo el drama donde el protagonista trágico revisa su sentido del selfsame. No la confección de uno mismo, sino la revisión de uno mismo; para Foucault el uno mismo se confecciona, pero para Shakespeare está dado, sujeto a subsecuentes mutabilidades. El gran topos o lugar común de Shakespeare es el cambio: sus villanos de primera fila, desde Ricardo III hasta Yago, Edmundo y Macbeth, sufren todos cambios asombrosos antes del final de su carrera." (p. 487)

 

"Hamlet y la autoconciencia occidental han sido lo mismo durante más o menos los últimos dos siglos de sensibilidad romántica. (...) lo que hemos llamado romanticismo fue engendrado por Hamlet, aunque se necesitaron dos siglos antes de que la autoconciencia del príncipe se hiciera universalmente prevalente, y casi un tercer siglo antes de que Nietzsche insistiera en que Hamlet poseía el 'verdadero conocimiento, una visión de la horrible verdad', que es el abismo entre la realidad mundana y el rapto dionosíaco de una conciencia que avanza sin fin." (p. 498)

 

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